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Foto del escritorRoberto Espinosa

La conversión de un erudito islámico

¿Cómo puede la conversión de un solo pecador cambiar el impacto del evangelismo en un mundo sin Cristo?

Les comparto este testimonio para darnos la oportunidad de encontrar mas Waleeds entre los grupos de personas a quienes servimos por Su Nombre.


Cuando la primera roca le golpeó la espalda, Waleed se dio la vuelta y gritó: «¿Quién fue?». Grupos de jóvenes que merodeaban por la calle se le quedaron mirando fijamente, mientras los tenderos evitaban el contacto visual. Entonces, cuando Waleed se volvió para continuar su camino, un aluvión de piedras comenzó a llover sobre él. «Estaba tan asustado —recordó—, tan asustado». Waleed corrió por su vida.

Más tarde, al revisar sus cortadas y moretones, se dio cuenta de que sus hermanos en la mezquita ya no eran sus hermanos. Había señalado demasiadas contradicciones en el Corán y había hecho demasiadas preguntas sobre Jesús que no le habían podido responder. ¿Quién era este Jesús mencionado 187 veces (más que ninguna otra persona) en el Corán?


LLEGAR A SER UN ERUDITO ISLÁMICO

Un tío de la familia profundamente islámica de Waleed lo seleccionó a una edad temprana para que se convirtiera en un erudito islámico. Adquirió tanta fluidez en árabe, el idioma del Corán, que recibió una beca de cuatro años para una universidad islámica en La Meca, Arabia Sauidita, donde se esperaba que se sumergiera en el islam antes de regresar a su país de origen para enseñar y difundir la religión.

Después de graduarse, Waleed se convirtió en jeque, un respetado maestro islámico que enseñaba en la mezquita, vestía de blanco y, a pesar de ser extranjero, comía con miembros prominentes de la sociedad. «Me sentía muy orgulloso —dijo Waleed—, y pensaba que era una gran persona».

Entonces, en 2002, su vida cómoda y exitosa se vio alterada drásticamente cuando le diagnosticaron cáncer. Después de cuatro cirugías, los médicos le dijeron a Waleed que tenía pocas esperanzas de sobrevivir. «Llegó muy rápido —dijo—, y estaba lejos de mi familia».

Sin nadie más a quien recurrir, comenzó a buscar a Alá con todas sus fuerzas. Waleed sabía que en el islam su valía para entrar en el paraíso se pesaba como en una balanza: las malas acciones en un plato y las buenas acciones en el otro. ¿Sus buenas acciones superarían definitivamente a las malas? Como con todos los musulmanes, no tenía certeza alguna.



Incluso los jeques más religiosos pecaban, razonaba, odiándose e insultándose unos a otros; sabía que su comportamiento no se ajustaba a los estrictos requisitos del Corán. «El Corán dice que si ves a una dama, ya has cometido adulterio —dijo—. Si odias a alguien y quieres matarlo, ya has cometido asesinato». Y a diferencia del cristianismo, el islam no proporciona ninguna oferta de expiación.

Waleed determinó que pasaría el resto de su vida dentro de la mezquita, orando e intentando domar sus pensamientos pecaminosos para asegurar su entrada al paraíso. Incluso enviaba a otros a comprarle comida para que no se sintiera tentado de ninguna manera al hacer recados.

Entonces, un día, mientras tomaba una siesta después del almuerzo, tuvo un sueño en el que su hermana menor riéndose se burlaba de él, diciendo: «¿Crees que tu devoción te hará santo o te llevará al cielo?». Sacudido, Waleed se despertó y abrió su Corán al azar buscando consuelo. Cuando miró la página, vio que el libro se había abierto en la Sura 19, el capítulo que detalla la vida de Jesús.


Cuando comenzó a leer, Waleed reconoció por primera vez lo diferente que el Corán hablaba de Jesús que del profeta Mahoma. Quedó impresionado por los sorprendentes detalles sobre Jesús realizando milagros e incluso siendo resucitado (Sura 19:33). «El hombre que haga estas cosas es poderoso —dijo Waleed—. Él es incomparable porque

ningún otro profeta del que se haya escrito en el Corán hizo algo así».

Comenzó a preguntarse por qué los musulmanes veneraban a Mahoma, un hombre que claramente había muerto y estaba enterrado, mientras que Jesús había resucitado de entre los muertos, está vivo y regresará para juzgar al mundo. Aunque nunca había conocido a un cristiano ni había leído la Biblia (se le había enseñado que era pecaminoso incluso tocar la «corrupta» Biblia cristiana), sabía que había personas que adoraban a Jesús.

Desesperado por conocer la verdad, Waleed profundizó en el Corán y comenzó a interrogar a sus compañeros jeques. «Quería entender —dijo—, pero no tenían una respuesta». Pronto, sus preguntas comenzaron a causar divisiones en la comunidad islámica, y Waleed temió por su seguridad cuando sus antiguos amigos amenazaron con matarlo. «Empezaron a odiarme», dijo.

La tensión finalmente estalló en violencia cuando fue asaltado inesperadamente con piedras en la calle. Pero el ataque de sus compañeros musulmanes solo sirvió para acercarlo a Cristo; después del ataque, oró en el nombre de Jesús por primera vez. «Jesús, si estás arriba y ves cómo soy, ayúdame», oró.

Habiendo sido rechazado por su comunidad, Waleed decidió dirigirse a algún lugar donde tenía la certeza de que podría encontrar cristianos. Había escuchado la historia de que Felipe bautizó a un eunuco etíope (Hechos 8:26-40) y sabía que el país había adoptado el cristianismo como su religión estatal a principios del siglo IV, por lo que hizo arreglos apresurados y abordó un avión rumbo a Etiopía.


BUSCANDO LA CRUZ

Cuando Waleed llegó a Etiopía, no estaba seguro de cómo encontrar a alguien que pudiera responder sus preguntas. Comenzó vagando por las calles buscando una cruz, suponiendo que esa era la mejor manera de encontrar una iglesia. Cuando encontró una iglesia, entró y les dijo:


«Enséñenme algo sobre Cristo». Pero nadie en las iglesias que visitó le ofreció ayuda. En lugar de responder a sus preguntas, simplemente lo invitaban a asistir a un servicio dominical.



«Sabes, la vida es muy corta —dijo—. Lo único que tenemos que hacer es compartir el poder de Dios con nuestro pueblo, el cual está muriendo sin Cristo. No podemos verlos y guardar silencio»

Después de tres días desalentadores de búsqueda infructuosa, Waleed decidió tomarse un descanso y entrar a una sala de cine. Mientras hablaba con un hombre sentado a su lado, mencionó que había venido a Etiopía para encontrar una iglesia, pero que no había encontrado a nadie que respondiera sus preguntas. A media película, el hombre se levantó y llevó a Waleed a una iglesia cercana. «No tenía una cruz, pero era como una casa», dijo Waleed.

A diferencia de sus encuentros en otras iglesias, esta vez el pastor le explicó el arrepentimiento y lo conectó con un creyente que se reuniría con él durante los tres meses siguientes. «Me enseñó sobre la naturaleza pecaminosa y la nueva creación, cómo necesito ser y cómo era yo», dijo Waleed.

Cuando Waleed se quedó sin dinero tres meses después, decidió regresar a casa, volver a conectarse con su familia después de muchos años y comenzar un negocio. Sin embargo, los que lo rodeaban notaron rápidamente diferencias en su comportamiento, como su negativa a asistir a las oraciones con ellos. El socio comercial de Waleed finalmente lo dejó


después de darse cuenta de que ya no era musulmán, y una vez más estaba solo. Todavía anhelando tener a alguien con quien hablar de su fe, comenzó a orar sobre qué hacer a continuación.

Inesperadamente, un pariente en Europa llamó y se ofreció a ayudar a Waleed a mudarse a un país africano. Aprovechó con entusiasmo la oportunidad para mudarse y pronto se inscribió en un curso bíblico por correspondencia, sorprendiendo a su pastor con sus altas calificaciones. «Estaba alabando a Dios», dijo Waleed.

Después de estudiar evangelismo y discipulado, se unió a la oficina de evangelismo de su iglesia y se centró en alcanzar a los musulmanes con el evangelio. Su experiencia como jeque y su estudio profundo del islam resultaron invaluables, ya que a los musulmanes les pudo señalar con gentileza los defectos que veía en el islam. Compartió su propia incapacidad de evitar el pecado incluso mientras vivía en la mezquita y les dijo que era imposible alcanzar el Cielo sin Jesús. Mientras tanto, continuó estudiando y creciendo en el conocimiento de la Biblia. «Sé que todo en la Tierra pasará, pero la Palabra [de Dios] nunca pasará —dijo—. Estoy aprendiendo y me gusta aprender».


ENCONTRANDO REFUGIO


«Cuando llegué a Cristo perdí […] mi posición, mi salud, mi trabajo, mi comunidad, mi familia —dijo Waleed—. Pero Dios ahora me ha dado el doble. Me siento tan bendecido»


Waleed pronto comenzó a conocer a otras personas que habían dejado el islam para seguir a Cristo, incluida una mujer llamada Yasmina, cuyo exmarido la había abandonado y se había divorciado de ella cuando se volvió creyente. Aunque nunca había esperado casarse, Waleed está agradecido de que Jesús le haya dado una esposa en Yasmina. «Estoy mucho mejor trabajando en el ministerio con mi esposa que sin ella», dijo.

Más de una década después de que los médicos le dijeran que le quedaba poco tiempo de vida, Waleed sigue sano y ha emprendido un nuevo ministerio con su esposa, trabajando principalmente con adultos jóvenes. Muchos de los creyentes no pueden decirles a sus familias que están siguiendo a Jesús o incluso evaluando las enseñanzas del islam, por lo que se reúnen en secreto para tener compañerismo los domingos por la tarde en el patio trasero de alguien en un vecindario tranquilo. Se sientan en cojines a la sombra de un toldo, cantando, orando y discutiendo la Biblia. Para muchos, es la única vez que pueden ser realmente ellos mismos y discutir abiertamente las preguntas que arden en sus corazones. Y para los que aún no han llegado a conocer a Cristo, es una oportunidad para escuchar una explicación clara del evangelio.

Los líderes del grupo, invitan a los jóvenes a vivir con ellos para que puedan estudiar la Biblia y crecer en la fe fuera del entorno opresivo de sus familias musulmanas. También han acogido a chicas que fueron rechazadas o amenazadas por sus familias después de convertirse en seguidoras de Cristo.

Al ver una necesidad similar de los hombres en su comunidad, los líderes del grupo propusieron que Waleed y Yasmina abrieran su hogar a los jóvenes que buscan seguir a Cristo. Aceptaron, e intercambiaron sus roles como evangelistas y apologistas reconocidos por el papel de cuidadores de varios jóvenes.


Todas las mañanas comienzan con devociones y todas las noches terminan con oración grupal. Los jóvenes van a la escuela o al trabajo durante el día, pero llegan a casa a una especie de familia, donde pueden discutir abiertamente la Biblia y recibir capacitación de discipulado de parte de Waleed. «Cuando llegué a Cristo perdí […] mi posición, mi salud, mi trabajo, mi comunidad, mi familia —dijo Waleed—. Pero Dios ahora me ha dado el doble. Me siento tan bendecido».

Aunque el enfoque de Waleed ha cambiado a trabajar con jóvenes cristianos convertidos, no ha dejado de compartir el evangelio con otros musulmanes. «Creo que tengo una responsabilidad —dijo—. Recuerdo que la razón por la que soy salvo es para ser Su testigo. Vivo para Su gloria, para ser testigo de Su gloria a las personas no alcanzadas».

Sin embargo, reconoce que su trabajo no está exento de riesgos. Él y Yasmina a menudo reciben mensajes amenazantes y a veces los han seguido. «Los musulmanes te ven como el enemigo —dijo Waleed—. Quieren matarte y creen que si te matan, están sirviendo a su dios». Más de una vez, han tenido que mudarse a una nueva casa después de ser demasiado conocidos en el vecindario. «Por supuesto que tenemos problemas —continuó—, pero damos gracias a Dios. No nos han dado una paliza, solo nos han dado algún golpe y nos han dicho algunas palabras o algo así».

Incluso hoy en día, después de muchos años en el ministerio, su existencia sigue siendo frágil; un familiar musulmán ha estado amenazando a la pareja recientemente. Pero a pesar de los continuos obstáculos y pruebas, Waleed no ha perdido de vista su propósito principal. «Sabes, la vida es muy corta —dijo—. Lo único que tenemos que hacer es compartir el poder de Dios con nuestro pueblo, el cual está muriendo sin Cristo. No podemos verlos y guardar silencio».


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